“El éxito de cualquier proyecto que se plantee el desarrollo de organizaciones productivas, comunidades prósperas, estados eficientes, ciudadanos viviendo en bienestar, depende de que se pongan de manifiesto los valores de excelencia, logro y cooperación inherentes a la verdadera competitividad, a la competitividad que integra y consolida en el esfuerzo y la convicción de ser mejores, la competitividad que no habla de ganadores frente a perdedores, sino del derecho de todos a ganar; competitividad que es una ruta para la solidaridad y la cooperación.”
El largo y empedrado camino de la competitividad
El hecho simple de formar parte de un contexto económico globalizado no implica necesariamente que un país asuma los retos de una mayor productividad, y las medidas que ello implica. La construcción de un país productivo, próspero, acelerando su paso por el camino del desarrollo, exige la participación y el compromiso de todos los sectores, inversión, tecnología, conocimiento, y una fortalecida capacidad institucional.
Ese desarrollo productivo sostenible suma en sí mismo una mayor eficiencia económica, en todas las escalas, la generación y diversificación de oportunidades, una conciencia colectiva de respeto y libertad, y la valoración preeminente del cometido de lograr el mayor bienestar y calidad de vida para todos los grupos sociales.
Siendo así, la competitividad permanece como tema vigente más allá de tendencias. Competitividad en la más amplia de sus acepciones. Es necesario seguir hablando de competitividad en un país y un planeta que se plantean el reto de una integración social, cultural y comercial que nos acerca, nos comunica y nos hace compartir espacios y realidades. En tanto el mundo se nos hace más ancho y menos ajeno, necesitamos abrir nuestra percepción a las lecciones aprendidas por otros, fortalecer las iniciativas que nos permitan estar a la altura del reto de mercados y sociedades expandidas, destacar nuestras experiencias afortunadas, soslayar los escollos que ya conocemos y utilizar ese bagaje como viento que nos permita, no sólo mantenernos a flote, sino también navegar con velas desplegadas. En este contexto, el éxito de cualquier proyecto que se plantee el desarrollo de organizaciones productivas, comunidades prósperas, estados eficientes, ciudadanos viviendo en bienestar, depende de que se pongan de manifiesto los valores de excelencia, logro y cooperación inherentes a la verdadera competitividad, a la competitividad que integra y consolida en el esfuerzo y la convicción de ser mejores, la competitividad que no habla de ganadores frente a perdedores, sino del derecho de todos a ganar; competitividad que es una ruta para la solidaridad y la cooperación.
De la iniciativa a la consolidación
Venezuela, siendo un país con indicadores destacados de emprendimiento que valoran nuestra capacidad como pueblo para crear, innovar, hacer uso de las oportunidades y hacer frente a las necesidades, aún no logra los mismos resultados cuando evaluamos esos indicadores con un enfoque más centrado en el éxito productivo y sostenible de sus emprendimientos.
Sin lugar a dudas, los retos que Venezuela debe enfrentar para alcanzar la excelencia y la competitividad que como país aspira y merece son extensos, y son diversas las áreas de acción en las se debe intervenir como colectivo. Sin embargo, hay un espacio fundamental de acción para cada persona y organización, y una cuota de responsabilidad que asumir y sumar para esa meta de nación.
Innovación, visión de largo plazo, perseverancia, compromiso, responsabilidad con su entorno, cooperación, ética, perseverancia y pasión son, apenas, las señales que guían el avance de nuestra iniciativa emprendedora hacia la consolidación de una Venezuela competitiva y productiva, próspera, de equidad y oportunidades, de libertades y sueños.
Por: Dunia de Barnola, Ex- directora ejecutiva de Venezuela Competitiva.